Tras
la muerte de la superiora Hildegarde, la abadía inglesa de Crewe se ha quedado
descabezada. Lo que en principio podía suponerse una elección tranquila entre
las hermanas de una nueva abadesa, desembocará en una lucha feroz por el poder entre dos mujeres. Alexandra, la subpriora, fuerte,
manipuladora y firme defensora de que el fin siempre justifica los medios, se
enfrentará abiertamente a Felicity,
una monja carismática con ideas atrevidas, fanática de la costura y con novio
jesuita.
Alexandra
se verá apoyada en sus propósitos por dos
colaboradoras incondicionales: la hermana Walburga, priora, y la hermana Mildred,
maestra de novicias, así como por un sofisticado
sistema de escuchas que recorre todos los recovecos del convento para
proporcionarle puntual información de todo lo que ocurre en él. Cuando las
apuestas otorguen ya solo una ligera ventaja a Alexandra sobre Felicity, la
subpriora empleará todas sus armas para desacreditar a la joven monja ante sus
seguidoras. Alimentado por una falta de escrúpulos evidente y por una
manipulación continua de los pensamientos de las hermanas, el complot urdido tan
cuidadosamente tendrá consecuencias inesperadas para la comunidad y la
tranquila abadía de Crewe saltará a las portadas de los periódicos y será tema
recurrente en radios y televisiones de todo el país, para terminar alcanzando
al propio Vaticano.
Toda
esta truculenta historia, pasada por el
tamiz satírico de Muriel Spark, se convierte en una crítica vitriólica al poder
en general, a lo que cada uno está dispuesto a hacer por satisfacer sus
ambiciones personales y a la enorme hipocresía reinante en todos los ámbitos de
la sociedad, por muy puritanos que parezcan. Hay en esta novela un buen número de símbolos que ilustran
esta doble moral: la reimplantación de la estricta regla de San Benito en Crewe
–cuando ni siquiera el Concilio Vaticano la recomienda ya–, las diferentes
“castas” en que se dividen las monjas del convento, la apertura sexual que
pregonan (y practican abiertamente) ciertas monjas o la voracidad de los medios
de comunicación, que no dudan en emplear los métodos más peregrinos a fin de
obtener un buen titular, son algunos ejemplos.
Muriel Spark al acecho
Con
personajes secundarios tan notables
como la hermana misionera Gertrude,
que tan pronto está mediando entre tribus caníbales y sectas vegetarianas como
subida a un avión camino del Himalaya, o la pánfila hermana Winifrede («cerebro en el que nunca
raya el alba»), que acabará en manos de Scotland Yard, la diversión está
asegurada. Además, la Spark siempre tuvo una inmensa capacidad para
sorprender al lector y no dejarlo indiferente, y este texto es una muestra
más de su talento narrativo.
«–Gertrude, este convento es un semillero de corrupción y de hipocresía. Quiero cambiarlo todo, y hay muchas monjas que están de acuerdo conmigo. Queremos liberarnos, queremos hacer justicia.–Hermana, tranquila, sea sobria. La justicia hay que hacerla sin dar a entender que se hace. Es siempre una empresa fatal. Conducirá a la ruina a toda la comunidad.–¡Oh!, Gertrude, nosotras creemos en el amor con libertad y en la libertad con amor.–Eso puede arreglarse –dice Gertrude.–Pero ahora hay un hombre en mi vida, Gertrude. ¿Qué puede hacer una pobre monja con un hombre?–Invariablemente a un hombre hay que alimentarle por los dos extremos. Hermana, tendrá que aprender a cocinar y a lo otro».
Sin
embargo, habiendo leído y disfrutado otro título de la autora, Las
señoritas de escasos medios (Impedimenta, 2011), el relato de la abadía
de Crewe no me ha parecido tan redondo. A pesar de que abunda la ironía y la
crítica despiadada marca de la casa en ambas novelas, en esta última hay
elementos, como los abundantes pasajes bíblicos que son leídos en el refectorio
o las no menos profusas citas de poetas metafísicos ingleses (el punto débil de
Alexandra), que distraen de la trama y
llegan a hacerse un poco pesados. Así mismo, los saltos temporales para enlazar las escenas antes y después de
la elección de la nueva abadesa generan
algo de confusión.
Pero
a pesar de eso, y en buena parte por la notable
traducción de Pepa Linares, esta novela corta es altamente recomendable.
Hay que recordar que se publicó en 1974 y que se puede leer como una parodia ácida del caso Watergate,
que estalló dos años antes y obligó a dimitir al presidente Nixon. Si las
repercusiones de esta bomba política fueron enormes, la idea de situar la trama
en un convento, con todo lo que allí ocurre, lleva el estupor de los lectores a
otra dimensión.
«–Los estadounidenses lo han captado muy bien –añade Walburga–. Parece que les divierte y, desde luego, los escandaliza la maledicencia omnipresente en este país.–Me atrevo a decir que en esta hora triste ha llegado para Inglaterra la decadencia. ¡Toda esa polvareda pública, que no ha hecho más que aumentar de mes en mes, por un dedal de plata! Jamás habría estallado en Estados Unidos un escándalo semejante. Allí hay sentido de la medida y se comprende la naturaleza humana; es el secreto de su éxito. Una raza realista, aunque no tenga ni idea de cómo se comen los espárragos».
Finalmente,
como curiosidad, recordar que la novela fue
llevada al cine en 1977 (Nasty habits)
por el norteamericano Michael Lindsay-Hogg, con Glenda Jackson encarnando a la pérfida Alexandra. En este caso,
la acción se trasladó a un convento de Philadelphia, aunque se filmó en el Reino
Unido; cosas que tienen las coproducciones.
Glenda Jackson como la maquiavélica Alexandra
La abadesa de Crewe, Muriel Spark
Traducción de Pepa Linares
Contraseña, 2012, 116 páginas, 14 €
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