viernes, 24 de enero de 2014

La abadesa de Crewe






Tras la muerte de la superiora Hildegarde, la abadía inglesa de Crewe se ha quedado descabezada. Lo que en principio podía suponerse una elección tranquila entre las hermanas de una nueva abadesa, desembocará en una lucha feroz por el poder entre dos mujeres. Alexandra, la subpriora, fuerte, manipuladora y firme defensora de que el fin siempre justifica los medios, se enfrentará abiertamente a Felicity, una monja carismática con ideas atrevidas, fanática de la costura y con novio jesuita.

Alexandra se verá apoyada en sus propósitos por dos colaboradoras incondicionales: la hermana Walburga, priora, y la hermana Mildred, maestra de novicias, así como por un sofisticado sistema de escuchas que recorre todos los recovecos del convento para proporcionarle puntual información de todo lo que ocurre en él. Cuando las apuestas otorguen ya solo una ligera ventaja a Alexandra sobre Felicity, la subpriora empleará todas sus armas para desacreditar a la joven monja ante sus seguidoras. Alimentado por una falta de escrúpulos evidente y por una manipulación continua de los pensamientos de las hermanas, el complot urdido tan cuidadosamente tendrá consecuencias inesperadas para la comunidad y la tranquila abadía de Crewe saltará a las portadas de los periódicos y será tema recurrente en radios y televisiones de todo el país, para terminar alcanzando al propio Vaticano.

Toda esta truculenta historia, pasada por el tamiz satírico de Muriel Spark, se convierte en una crítica vitriólica al poder en general, a lo que cada uno está dispuesto a hacer por satisfacer sus ambiciones personales y a la enorme hipocresía reinante en todos los ámbitos de la sociedad, por muy puritanos que parezcan. Hay en esta novela un buen número de símbolos que ilustran esta doble moral: la reimplantación de la estricta regla de San Benito en Crewe –cuando ni siquiera el Concilio Vaticano la recomienda ya–, las diferentes “castas” en que se dividen las monjas del convento, la apertura sexual que pregonan (y practican abiertamente) ciertas monjas o la voracidad de los medios de comunicación, que no dudan en emplear los métodos más peregrinos a fin de obtener un buen titular, son algunos ejemplos.


Muriel Spark al acecho


Con personajes secundarios tan notables como la hermana misionera Gertrude, que tan pronto está mediando entre tribus caníbales y sectas vegetarianas como subida a un avión camino del Himalaya, o la pánfila hermana Winifrede («cerebro en el que nunca raya el alba»), que acabará en manos de Scotland Yard, la diversión está asegurada. Además, la Spark siempre tuvo una inmensa capacidad para sorprender al lector y no dejarlo indiferente, y este texto es una muestra más de su talento narrativo.

            «–Gertrude, este convento es un semillero de corrupción y de hipocresía. Quiero cambiarlo todo, y hay muchas monjas que están de acuerdo conmigo. Queremos liberarnos, queremos hacer justicia.
            –Hermana, tranquila, sea sobria. La justicia hay que hacerla sin dar a entender que se hace. Es siempre una empresa fatal. Conducirá a la ruina a toda la comunidad.
            –¡Oh!, Gertrude, nosotras creemos en el amor con libertad y en la libertad con amor.
            –Eso puede arreglarse –dice Gertrude.
            –Pero ahora hay un hombre en mi vida, Gertrude. ¿Qué puede hacer una pobre monja con un hombre?
            –Invariablemente a un hombre hay que alimentarle por los dos extremos. Hermana, tendrá que aprender a cocinar y a lo otro».

Sin embargo, habiendo leído y disfrutado otro título de la autora, Las señoritas de escasos medios (Impedimenta, 2011), el relato de la abadía de Crewe no me ha parecido tan redondo. A pesar de que abunda la ironía y la crítica despiadada marca de la casa en ambas novelas, en esta última hay elementos, como los abundantes pasajes bíblicos que son leídos en el refectorio o las no menos profusas citas de poetas metafísicos ingleses (el punto débil de Alexandra), que distraen de la trama y llegan a hacerse un poco pesados. Así mismo, los saltos temporales para enlazar las escenas antes y después de la elección de la nueva abadesa generan algo de confusión.

Pero a pesar de eso, y en buena parte por la notable traducción de Pepa Linares, esta novela corta es altamente recomendable. Hay que recordar que se publicó en 1974 y que se puede leer como una parodia ácida del caso Watergate, que estalló dos años antes y obligó a dimitir al presidente Nixon. Si las repercusiones de esta bomba política fueron enormes, la idea de situar la trama en un convento, con todo lo que allí ocurre, lleva el estupor de los lectores a otra dimensión.

«–Los estadounidenses lo han captado muy bien –añade Walburga–. Parece que les divierte y, desde luego, los escandaliza la maledicencia omnipresente en este país.
–Me atrevo a decir que en esta hora triste ha llegado para Inglaterra la decadencia. ¡Toda esa polvareda pública, que no ha hecho más que aumentar de mes en mes, por un dedal de plata! Jamás habría estallado en Estados Unidos un escándalo semejante. Allí hay sentido de la medida y se comprende la naturaleza humana; es el secreto de su éxito. Una raza realista, aunque no tenga ni idea de cómo se comen los espárragos».

Finalmente, como curiosidad, recordar que la novela fue llevada al cine en 1977 (Nasty habits) por el norteamericano Michael Lindsay-Hogg, con Glenda Jackson encarnando a la pérfida Alexandra. En este caso, la acción se trasladó a un convento de Philadelphia, aunque se filmó en el Reino Unido; cosas que tienen las coproducciones.


Glenda Jackson como la maquiavélica Alexandra

La abadesa de Crewe, Muriel Spark
Traducción de Pepa Linares
Contraseña, 2012, 116 páginas, 14

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