“La soledad puede ser un caníbal con
hambre.” Esta potente imagen
condensada en tan solo ocho palabras es la clave de la última novela de Fernando Sanmartín (Zaragoza, 1959). Tras
el fallecimiento de su padre, Marta descubre una nota dirigida a ella con su
última voluntad: “Dile a Carmen Cabrera que he muerto.” Este breve mensaje del
escritor Luis Sampiero va a trastocar para siempre la monótona vida de la
protagonista, que exiliada voluntariamente en Bruselas ha tenido que regresar
con urgencia a Zaragoza.
¿Quién
es esta misteriosa mujer? ¿Cómo puede ser que alguien que a lo largo del texto
se revelará tan importante para su padre sea una perfecta desconocida para
Marta? Dispuesta a hallar una respuesta, la protagonista emprenderá un viaje
interior hacia el pasado, hacia los múltiples desencuentros con Sampiero. No
dudará en abrir la caja de Pandora de los recuerdos, de su colección de
equivocaciones, un túnel del tiempo en el que parecen pesar más las cosas
malas.
Buceando
entre las cartas y los cuadernos de viaje de su padre, y con la ayuda de Juan
(un novio que es y no es), irá acumulando pistas para desenredar la madeja.
Así, las sucesivas averiguaciones la llevarán a Varsovia, Dublín y Madrid,
persiguiendo un fantasma desconocido para todos los amigos y compañeros de
profesión de su padre.
Fernando Sanmartín
Lo
mejor de esta novela intimista -y a ratos poética- es para mí el proceso de catarsis personal que sufre
Marta a lo largo de su exilio de sí misma. Las revelaciones que va hallando
a lo largo del camino le descubren al verdadero Luis Sampiero, permitiendo una
reconciliación padre-hija que no hubieran logrado cientos de horas de charla.
“[…] Hablaron durante dos horas. Nunca antes había sucedido ni volvió a pasar después. Como dos náufragos en islas diferentes. Le dijo lo que aquel domingo pensaba. Y él le confesó que hubo una época en la que también imaginó suicidarse, jugar con su destino, construir su final. Lo hablaron durante dos horas. Y solo hubo verdad, oxigenación y un modo sencillo de salir de aquel despoblado en el que ella estaba.”
En
cuanto al estilo, el texto de Sanmartín es muy
rico en imágenes brillantes y aforismos: “El pasado permanece junto a uno. Como un perro atado a una cadena. Un
perro que a veces, solo a veces, nos ladra buscando una caricia.” “Sus días son
una película que vive un falso reestreno.” “El amor es una avalancha. Por eso
lastima en ocasiones.” Estos símbolos dotan a la novela de un aire
evocador, donde la melancolía y la soledad de Marta fluyen a cada página, pero
también preparan el camino para su victoria final. A destacar la hermosa portada del libro, Retrato de mujer, un cuadro de 1898 del
polaco Teodor Axentowicz, con la que Xordica
ha acertado plenamente: es Marta misma la que nos invita desde la cubierta a
desentrañar la tristeza de esa mirada.
Pero que nadie piense que el autor
solo se recrea en la nostalgia. En
las escasas 120 páginas de este libro también hay espacio para recorrer
infinidad de rincones de Zaragoza, para asistir a un desfile sin fin de
escritores aragoneses -como guiño y homenaje al gremio- y para el humor
(recomiendo no perderse las páginas 48 y 49, donde hay una crítica nada
soterrada al premio Planeta y demás saraos literarios). Así pues, una novela
para saborear en tardes de otoño que dejaré en mi biblioteca como botiquín de
urgencia para cuando me asalten los desencuentros familiares.
“Una mujer puede ser un lápiz que sirva para dibujar una pistola. Porque una mujer mira la vida descorriendo pestillos, abriendo las ventanas al sol. Una mujer es práctica y sabe definir los puestos fronterizos, atravesar la niebla, enmarcar su belleza o introducirla en una canoa por aguas peligrosas. El hombre es otra cosa. Tiene una caligrafía distinta, hace letreros diferentes, es codicioso y tonto a la vez, es complicadamente sencillo y sus temores se muestran en sus ojos, en sus manos, en sus gestos, aunque no lo quiera.”
Te veo triste, Fernando Sanmartín
Xordica, 2012, 128 páginas, 12,95 €