Un
holandés de unos cuarenta años en crisis. Un hombre que no ha tenido una noche
libre para divertirse en los últimos cinco años y que no ha conseguido dormir
del tirón en todo este tiempo. Un padre
que “huye” de casa en busca del Carnaval como última válvula de escape
existencial antes de que sea demasiado tarde. Así podríamos definir a Ralf,
el protagonista de esta curiosa y atípica novela de Jan van Mersbergen (Gorinchem, Países Bajos, 1971) -en ciertos
momentos, su alter ego- que se
embarca junto a su tío Lau en el desbordante Vastelaovend de la ciudad de Venlo, en el sureste de los Países
Bajos.
La
novela es la narración en primera persona de esa noche de Carnaval, desde su
desembarco en la ciudad hasta la mañana siguiente. A las pocas páginas, desaparece
en la vorágine festiva el tío Lau (una metáfora perfecta de la soledad de
nuestro protagonista) y Ralf vaga con su
disfraz de Barquero en busca de compañía, de amistad, de un alegre grupo que lo
acoja y que le haga sentir parte de algo.
“Después de ofrecer cerveza a los Rojiamarillos y repartir botellines de Flügel, el Mexicano acerca el resto de la bebida a la carpa, donde sus compañeros bailan abrazados a dos chicas rubias con sombreros de copa llenos de flores y una mujer disfrazada de Bruja con gorro de Harry Potter.Espero un poco en la barra. Mi estómago emite una señal, pero aun así bebo. Cuarenta y ocho. Quién es mi estómago para decirme cuándo tengo que dejar de beber. Por esa regla de tres debería haber intervenido también cuando mi estado de enamoramiento por Sara lo asaltaba y me impedía comer, durante dos días y medio. […] Mi estómago, un globo, y yo flotando sobre él.”
Durante
este largo y etílico deambular, Ralf, en un proceso de autoanálisis, nos irá
revelando toda su historia: la infancia en una gabarra con sus padres, su etapa
de adolescente, los primeros escarceos amorosos o su definitivo asentamiento en
tierra firme. Van Mersbergen nos va
dosificando la información poco a poco, haciéndola encajar en el puzzle de
forma natural y despertando así la curiosidad de un lector que irá
devorando páginas para averiguar todos los detalles que han llevado a Ralf a
esta crisis. Por supuesto, no revelaré el núcleo de sus pensamientos ni la raíz
de toda esta zozobra familiar cuyos nombres propios son Sara, Maybelle, Alvin y
las singulares gemelas Helen y Nettie, una raíz que se plantó veinticinco años
atrás. Merece la pena bucear entre las páginas para ir atando cabos.
Sin
embargo, que nadie se llame a engaño. Junto
a este monólogo trascendental discurre la historia paralela de la narración del
carnaval holandés, una historia extremadamente divertida, con camaradas
pintorescos, líos fugaces, bailes, amistades para toda la vida (o no), algunas
peleas, melancolías pasajeras, episodios memorables y un trasiego sin fin de
brebajes estimulantes, licores de hierbas y muchas, muchísimas cervezas.
El flamante premio BNG de Literatura 2011 (foto de Roeland Fossen)
Este
viaje al espíritu del Carnaval (“Por
Carnaval no vas disfrazado de otra persona; por Carnaval al fin eres tú mismo”),
es una travesía franca, cercana, sin
crónicas sentimentaloides, en la que nuestro borracho Barquero -a pesar de conseguir
divertirse y entrar en el juego- no puede dejar de pensar en la familia que ha
dejado atrás. Es el retrato sincero de un hombre en busca de afirmación, cuya
meta es llegar a ser un buen padre.
“[…] Me balanceo como un tentetieso, de babor a estribor. No estoy solo, porque los demás siguen la danza de esta Grulla. No estoy solo. Vuelvo a sentir el calor de Sara y los niños que me envolvió de los pies a la cabeza al cambiar la casa de mi tío bebedor por la suya. Aquellas primeras semanas, primeros meses. El ajetreo físico de cinco personas. El calor del contacto. La mano de Sara en mi espalda cuando ayudaba a Helen o a Nettie con la comida, de pie junto a la mesa. Subir a las pequeñas en brazos por la escalera. Alvin sentado en el transportín de la bicicleta, con las manos en mi cintura. Camino a la escuela. La rodilla de Maybelle. Este chico humilde les daba lo que necesitaban, y recibía a cambio lo que había estado buscando durante tanto tiempo.”
No
había leído nada de Van Mersbergen hasta ahora, pero confío en que Rayo Verde
siga traduciendo su obra, ya que esta
novela me ha parecido estupenda, tanto por salirse de los tópicos como por el
lenguaje y el tono, cercanos y nada grandilocuentes. Nada parece forzado y
la información es rica en matices y no se da en su totalidad, para que el
lector vaya sacando sus propias conclusiones y se desconcierte a cada paso.
Además, el emotivo final no era el que yo esperaba, y ya solo por esa sorpresa
valió la pena viajar al otro lado de la noche.
Al otro lado de la noche, Jan van Mersbergen
Traducción de Goedele de Sterck
Rayo Verde, 2013, 192 páginas, 19 €