martes, 10 de enero de 2012

Correr




¿Cómo es posible que un joven checoslovaco al que le horroriza el deporte, en cualquiera de sus formas, llegue a convertirse en toda una leyenda del atletismo y en un auténtico héroe en su país? ¿Cuál es la clave para que ese muchacho sin estilo, que corre de una forma muy rara, sea capaz de pulverizar todos los récords de la época en pruebas de fondo y de ganar varios oros olímpicos, incluido el de la maratón de Helsinki, en 1952, una prueba que corría por primera vez?

A todo ello nos responde el francés Jean Echenoz (Orange, 1947) en su novela Correr, un repaso a los cuarenta años más importantes en la vida de Emil Zátopek, para muchos el mejor fondista de la historia del atletismo. Empezando por la ocupación alemana de Moravia, con el protagonista trabajando de aprendiz en una fábrica de calzado, Echenoz nos va mostrando las primeras tomas de contacto de Emil con las carreras, la competición y los primeros éxitos:


“Hay corredores que parecen volar, otros bailar, otros desfilar, otros parecen avanzar como sentados sobre sus piernas… Emil, nada de todo eso. Emil parece que se encoja y desencoja como si cavara, como en trance. Lejos de los cánones académicos y de cualquier prurito de elegancia, Emil avanza de manera pesada, discontinua, torturada, a intermitencias. No oculta la violencia de su esfuerzo, que se trasluce en su rostro crispado, tetanizado, gesticulante, continuamente crispado por un rictus que resulta ingrato a la vista. Sus rasgos se distorsionan, como desgarrados por un horrible sufrimiento, la lengua fuera intermitentemente, como si tuviera un escorpión alojado en cada zapatilla de deporte.”



Así, de la mano del narrador, vamos compartiendo con Emil su entrada en el ejército, sus proezas, los entrenamientos durísimos, sus ascensos en el escalafón y su pasión por Dana, oro olímpico en jabalina y fiel compañera durante el resto de su vida. También revivimos su utilización como símbolo e instrumento de propaganda por el régimen comunista checoslovaco, que no duda en convertirlo en un atleta de Estado, con estatuto especial y privilegios de todo tipo, aunque limitando sus traslados internacionales por miedo a una deserción, espiándolo y distorsionando sus declaraciones a la prensa.

Pero Emil, La Locomotora, afable héroe nacional, es un hombre de principios y durante la Primavera de Praga de 1968, con las tropas soviéticas invadiendo el país, no duda en posicionarse a favor del primer secretario checoslovaco Dubcek, que pretendía ofrecer una apertura política alejada del totalitarismo comunista hacia la libertad de prensa y el restablecimiento de derechos. Como resultado, caerá en desgracia y será objeto de numerosas degradaciones, que vale la pena conocer, pero que no desvelaré a los posibles lectores. Solo diré que ante cada nueva humillación, el pueblo le ovacionaba cada vez más fuerte (recomiendo en especial las últimas páginas de la novela: el absurdo y las situaciones surrealistas llevadas al máximo nivel…).




Aparte del interés intrínseco de la biografía de Zátopek, Echenoz logra darle al relato una gran agilidad, con frases cortas, precisas, que a veces se demoran en párrafos largos, más explicativos, logrando así imitar el ritmo irregular de Emil en las pistas, plagado de acelerones pero siempre fluido.

El libro resulta bastante entretenido y sus 140 páginas se leen muy rápido. Además queda clara en la novela la admiración del autor por el personaje que retrata. También destaco la ironía que deja traslucir Echenoz en cada capítulo, tanto a la hora de contarnos las anécdotas del corredor -ciertamente divertidas- como cuando nos muestra las mentiras del estalinismo, la manipulación de una figura pública por parte del poder o los entresijos de las competiciones.

Lo único que no me ha gustado es el final abrupto del libro, que nos deja con ganas de más, ya que el relato termina hacia 1975 con un Zátopek maduro, pero todavía joven de espíritu (moriría en 2000). Así nos perdemos la rehabilitación pública de su figura por parte del presidente Václav Havel en 1990 o el hecho de que sea el único atleta olímpico con una estatua en el Museo Olímpico de Lausana.

Correr, Jean Echenoz
Traducción de Javier Albiñana
Anagrama, 2010, 140 páginas.

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